El niño del Camino, un cuento de miedo.


Cierta ocasión, como acostumbraban, Filomeno y Narciso habían ido a la fiesta de Bella Fuentes.

Eran cerca de las tres de la mañana y cabalgaban alegres de regreso al Molino, un pequeño poblado del Municipio de Coeneo en el estado de Michoacán.

El antigua camino que en tiempos de las haciendas comunicaba la de Bellas Fuentes con la del Molino, ahora quedaba casi olvidado y del empedrado de antaño solamente quedaban algunas porciones. A las orillas de este se observaban las gruesas cercas de piedra y abundantes matorrales arbustos y hierbas.

Los tejocotes y los granjenos daban un toque especial a la noche con las sobras proyectadas sobre las cercas con la luz de la luna. No era en realidad una noche obscura, sino más bien una noche de luna llena.
Ellos eran amigos inseparables de parranda y no había fiesta patronal de los poblados cercanos a la que faltaran.
Les gustaba el pulque y la charanda, mas si era regalado -cosa que era fácil encontrar en ese tipo de fiestas- por lo que ese día les había ido muy bien y su alegría se dejaba escuchar en sus canciones desafinadas pero alegres, llenas de la picardía propia de un borracho.

Se acercaban a los gigantes, dos añejos eucaliptos que aun se pueden ver hasta la fecha cerca de la Agua Blanca, lugar donde el camino de la antigua haciendo se había convertido en un llano a los lados de una vereda polvorienta hecha por las vacas que acudían tarde a tarde a tomar agua y solo se observaban algunas jarachinas a los pies de la cerca que en ese lugar dejaba de ser gruesa para convertirse en una cerca de piedras simple.

De pronto, los caballos empezaron a relinchar nerviosos, negándose a momentos a continuar el camino. Ellos no lo entendían y solamente se limitaban a proferir maldiciones a las flacas y desnutridas bestias.

-compadre, ¿escuchas lo mismo que yo? -pregunta Filomeno.

-Si compadre, parece ser el llanto de un niño -respondió Narciso.

válgame Dios, que gente tan desalmada se puede atrever a abandonar a una criatura en este lugar! ¿ves ese bultito?, ¡Pobre chiquillo! -continuó Filomeno.

Los borrachos pero buenos compadres de dirigieron a tomar el pequeño fardo y cariñosamente lo tomaron entre sus brazos.

-Compadre, ¡no podemos dejarlo aquí! gritó Filomeno.

-¡Pero qué vamos a decirle a las viejas, pensarán que uno de nosotros es el padre del chilpayate y las que se nos va a armar! -replicó Narciso.

-¡Pues sí pues, pero ni modo de dejarlo aquí a que se lo coman los coyotes o se muera de frío! -contestó Filomeno.

-Ya ni la friegan estos cabrones que lo abandonaron -maldice Narciso quitándose el sombrero.

Los caballos se encontraban sumamente nerviosos intentando escapar y su relinchar era insoportable. Subieron de nueva cuenta a ellos y emprendieron el viaje sin embargo de un momento a otro, la calma y tranquilidad que sentían se convirtió en un escalofrío inexplicable que les recorrió de la nuca hasta la espalda y un presentimiento se apoderó de ellos y escucharon que el bebé balbuceaba algo para luego hablar de forma clara:

-!Papás, papás!

Era inexplicable... imposible... un niño recién nacido no podía hablar.

Pararon a los caballos para ver que sucedía y levantaron la manta que cubría su cara.

-Papás, miren mis dientitos -repitió el pequeño.
Al inclinarse los compadres y descubrir su cara, sus rostros se llenaron de pavor, de un miedo inexplicable: El bebé había dejado de serlo para dejarse ver como un pequeño con ojos enrojecidos, la piel peluda y la cara llena de arrugas con una sonrisa macabra que dejaba ver dos hileras de dientes puntiagudos como sierra que se entrelazaban entre sí.
Por instinto lo soltaron y subieron penosamente a sus bestias que casi escapaban dejándolos ahí e iniciaron el galope. El niño seguía pegado con sus dientes a la cola de uno de los caballos y se seguía escuchando:

-¡Papás, no me dejen, llevenme con ustedes, miren mi dientitos!.

Al llegar a la desviación del camino, donde continua al mezquite y la otra desviación conduce al molino, el pequeño pegó sobre la saliente de un tronco y se escuchó un agudo chillido y un llanto lastimero.
Los caballos continuaron su carrera y los compadres habían cambiado su borrachera por el miedo.

No quisieron contar esto por temor a las burlas, aunque lo que sí es seguro es que jamas volvieron a sus fiestas y se desprendieron para siempre del pulque y la charanda y se hicieron unos padres excelentes y esposos cariñosos y atentos.
Cultivaron su amistad hasta la muerte.




Comentarios

Nega do Leite ha dicho que…
Olá...há alguns meses venho acompanhando seu blog...e adoro.
Muitos beijos!!!

Entradas populares