La Riqueza Que No Llegó


Tuve un tío a quien guadé especial aprecio aún después de su muerte y tengo la seguridas que él sitió ese mismo afecto hacia mi. Fue hermano del abuelo materno y yo solía ir con mucha frecuencia a visitarlo hasta unos años antes de que muriera.

La casa de mis abuelos maternos estuvo al lado de la de él y al morir el abuelo, la madre de mi madre se fue para siempre dejando esa casa para mis padres por unos años.

Tiempo después regresaron los tíos para llevarse la teja y los adobes y al quedar el terreno sin casa, pasó a ser parte del patio y del corral del tío abuelo materno, mientras que junto a la casa que se fue para siempre de mi tierra, se fueron también algunos recuerdos de mis primeros siete años de la casa cercana al río.

El tío Daniel siempre tuvo la idea que encontearía algún tesoro, por lo que una vez habiendo tomado posesión de su nueva tierra, se dedicó a escarbar por doquier aunque para su mala suerte, nunca encontró nada a pesar de que cavó en cada centímetro de su nueva propuedad; no entendí de donde sacó la idea de hayan un tesoro donde estuvo el hogar de mi madre porque mis abuelos nunca fueron ricos. 

A mi, al igual que al tío abuelo paterno, también me gustaba la búsqueda de lugares, sitios y objetos interesantes y eso lo sabía él, por lo que al ver el interés mío sobre lo que él hacía, tuvo la confianza de contarme casi todo lo que hacía sobre eso, de sus aventuras, de lugares y de sus hallazgos.

Mi pueblo fue parte de una hacienda que fue expropiada, y luego, su territorio se repartió entre los peones y la gente que se asentó en la periferia de la casa grande; estos últimos, no eran en realidad peones de dicha hacienda, sino más bien, gente que llegaba ahí en busca de trabajo y por eso, cuando fueron repartidas las tierras, se formaron dos comunidades diferentes en un solo pueblo. 
Hasta la fecha, cada familia sabe a qué comunidad pertenece y pareciera que el nacionalusmo se ha apoderado de los más viejos que han continuado la rivalidad que hubo entre ellos desde antes de repatir las tierras.

La casa de mi tío estaba inmediatamente al otro lado de la gruesa barda de adobe de la casa grande y esa pared había sido el muro principal de su tejado; fue esa seguramente la razón de sus ideas porque cabía la posibilidad que el hacendado como un intento de esconder sus riquesas de los revolucionarios o los propios revolucionarios hubieran enterrado algo ahí.

Daniel, mi tío abuelo, fue una persona muy conocida por la gente porque sabía de su afición por la busqueda de tesoros y por ser la única persona que tenía esmeril, de tal forma que los lugareños acudían con él a afilar sus hoces cuando se hacía tarde y entraba la noche.

Era un hombre de cara bonachona  surcada de arrugas profundas, de voz delgada, caminar lento y olor penetrante a tabaco porque le encantaba el cigarro al igual que una taza de canela con un horro de alcohol.

Por las tardes, se le veía regresar a su casa después de un  duro trabajo  por una vereda, bajo los sauces y bajo los fresnos de la orilla del agua con un caminar lento . 

Y con frecuencia, paraba su marcha para mejorar el dolor desgarrante de su pantorrilla, e iniciaba de nuevo para parar otra vez porque tenía una claudicación intermitente por una insuficiencia circulatoria que hacía de sus años un martirio, convirtiendo en cada parada su su azadón en bastón.


Cierto día alguien le comentó que había llegado una persona de la ciudad -al parecer arquéologo- que estaba interesado en conocer el monte de las calaveras. El monte de las Calaveras era conocido por algunos lugareños aunque en realidad, nadie daba importancia porque solo sabían que era llamado así y pensaban que lo que se decía deo lugar eran solo cuentos.

Decían las personas de más edad que era común encontrar ahí calaverasa bajo las piedras porque en tiempos prehispánicos, había sido un lugar de sacrificio y por eso el nombre del lugar aunque cabe hacer algunas observaciones.

Parte de mi pueblo está en las faldas de un cerro y es común encontrar segmentos de cerámica en los lugares erosionados por el agua que escurre en tiempos de lluvia y los he hallado en infinidad de lugares.

Durante mi primer año de medicina fue ahí donde fuí en busca de huesos humanos para mis prácticas de anatomía y los encontré en uno de esos lugares al que llamamos la Palma; años después, hallé  puntas de flecha de obsidiana en el mismo sitio.

Cuando Daniel, mi querido y entrañable tío se dio cuenta de esta persona, pensó que era una gran oportunidad para ir a explorar el lugar, y qué mejor si era junto con alguien que conociera de eso y que lo comprendiera.



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