Una Broma Mortal

Nuestros abuelos contaban tantas cosas y una de tantas narraciones que escuché de niño a mi bisabuela es la de Cosme el bromista y su mujer allá por 1975. Realmente, esta narración que me dejó un nudo en la garganta, quedó grabada por siempre en mi memoria y dejó en mi una intención inconciente de buscar a doña Amelia y decirle que no metiera la mano al fogón.

《Don Cosme era un señor bromista que pocas veces daba seriedad a las cosas, incluso, a esas cosas que suelen ser muy importantes.
De piel morena y abultado abdomen seguramente porque le encantaba el pulque, era cotidiano verlo cada sábado por la tarde bromeando con sus amigos.

Uno de ellos era Nepo, hombre delgado y de cara abotagada por el alcohol cuya costumbre era dormir en los portales de mi pueblo tirado en el piso empedrado abrazando un guaje de pulque curado.

Cierto día, don Cosme caminaba con su viejo burro a orilla del arrollo y al llegar al puente encontró a Nepomuceno sentado bajo un fresno.
Su embriaguez no era completa, pero se lamentaba de no poder curarse del todo la resaca del día anterior, aunque en realidad, todos los días era lo mismo.

-Buenos días, Cosme ¿ a donde vas con tu pariente? - preguntó.
-Voy a cortar pasto para mis vacas, veo que no tienes dinero que te ayude a comprar tu chinchol ¿verdad? --le responde. 
-- si me ayudas a cortarlo te lo compro yo.

Nepomuceno, que en realidad se llamaba así el borrachín, aceptó contento y de buena gana, por lo que, para cerrar el trato, primero se fueron a la tienda de Juan y compraron el tan preciado líquido.














Se fueron bromeando, y de vez en cuando Cosme le daba un golpe en la cabeza con la mano extendida, a lo que Nepomuceno correspondía con una pequeña carrera, para parar de pronto y aventarle una patada en las piernas al dueño del jumento.
Así se fueron caminando entre golpes, bromas y carcajadas.
Llegaron a donde debían llegar, Cosme se fue a sentar a la orilla de un vallado y el borrachín tomó la hoz y empezó a cortar.

De pronto, Nepo pegó un grito mezclado con una risa de temor.
- ¿Qué pasa ?- preguntó Cosme.
-¡Pues qué no ves, hombre, casi me pica!.
-¡Válgame Dios, pero si es un hocico de puerco!

Así se le llaman a una una serpiente de mi tierra cuya mordedura es muy venenosa y rara vez, una persona se salva de la picadura, más porque en ese entonces no había médico y para ello, era necesario ir hasta de Zacapu, lo que dado el tiempo que se tomaba para ello y el veneno de la serpiente, las probabilidades de sobrevivir no eran buenas.

Por fin, entre risas y gritos, Nepo terminó por cortarle la cabeza. 

Era una serpiente de un metro de larga, bastante grande para el tamaño que suelen crecer.

Terminaron de cortar el pasto y don Cosme decidió  jugarle una broma a su esposa: ató la serpiente con un cordel a la cola del burro y se fueron bromeando hasta el pueblo y luego, cada uno a su casa.

A llegar a la suya, Cosme escondió la serpiente entre la carga de pasto y pidió de cenar a su mujer; luego, se fueron a la cama.

Cuando Cosme vio que su esposa dormía, pensó: "voy a sacarle un buen susto a mi vieja, ya me imagino el día de mañana cuando se levante a prender el fogón, el susto que se va a llevar" y se carcajeó en silencio.

Eran las dos de la mañana cuando Nepomuceno se levantó cauteloso y de puntillas para no despertar a su mejer, imaginando el grito y la cara que pondría.

Llegó a la carga de zacate que guardaba cerca del corral de las vacas, la tomó y arrastrándola con el cordel que aún tenía atado a ella, la llevó hasta el fogón.

El fogón estaba al fondo del tejado que hacía de cocina y la cocina era de tierra bien enjarrada, y el fogón tenía  un ancho comal de barro. 

El fogón semejaba una mesa y a los lados, pegados a la pared, tres bancos también de tierra enjarrada,  con la superficie al igual que el fogón, cubierta de delgados ladrillos cuadrados, hacían un lugar perfecto para almorzar al calor de las brazas en tiempo de heladas.

La ceniza ya estaba fría.

Amelia, su señora, todas las mañanas se levantaba al molino, después sacaba la ceniza del fogón con las manos y prendía la leña que había puesto en él para luego hacer las tortillas y el almuerzo.

Cosme se regresó de nuevo a la cama y se puso a dormir tranquilamente.

A la mañana siguiente Amelia se levantó al molino como lo hacía cada madrugada y al regresar, metió la mano bajo el comal para sacar la ceniza y pegó un grito.

Don Cosme, entre carcajadas, se levantó y corrió a la cocina jactándose de que su broma hubiera salido como lo había pensado, sin embargo, quedó helado cuando vio que su esposa en realidad había sido mordido por la serpiente.

No podía creerlo, la había dejado bien muerta, además, ¿cómo iba a poder picar sin cabeza?.

No tuvo tiempo de hacer nada pues en lo que pedía ayuda para que fuera trasladada a recibir atención médica, su esposa murió.

Llorando arrepentido de lo que había hecho rompió el comal.》

La serpiente que él puso en el fogón en realidad estaba muerta pero allí estaba otra más completamente viva; era la pareja de la serpiente muerta que siguiendo el rastro de esta, había llegado buscándola hasta encontrarla y permanecía allí con ella.

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